Sentencia

Tenía que ser en el Barrio de San Pedro. Pero, ¿cómo no habíamos sido conscientes? Tal vez, por eso nos cerraron las puertas de nuestras parroquias a la llegada de aquella cofradía incipiente; al igual que las posadas no abrían a José y María, a su llegada a Belén. Fueron ellas, nuestras monjitas de Santa Clara, quienes nos mostraron el camino, como Moisés hiciera con el pueblo de Israel. Al íntimo encuentro, frente a Su Divina Majestad,  en las vigilias de viernes noche, se unieron nuestras madres espirituales que nos cuidaban con su oración, tras la celosía de la clausura, de aquel coro alto. Sor Magdalena, desde el claustro eterno, ¡pide por tu hermandad! El poder de la oración, obró su beneficio en nosotros. 

Mientras avanza quien es «el Camino, la Verdad y la Vida» , Trinidad abajo, hacia la Fortaleza Antonia de Úbeda intramuros, deja atrás, en la plaza Molino de Lázaro, patio del Sumo Sacerdote Caifás, a tantos de nosotros que, como Pedro, negamos conocerte en demasiados momentos de la procesión de nuestra vida. Cachearas, con tu serena mirada, los recovecos del alma, en busca de esa injusta sentencia de prejuicios humanos. Y brotará tu lágrima. Llegas a Santa Clara, Jesús Sentenciado, para hablarnos de paz y bien, para descubrirnos que es «Tu Sentencia, nuestra libertad» .

No sé qué tribunal dictó aquella interminable sentencia. Fueron 10 años y 10 días, hasta poder verte por las calles de la soñada madrugá. Llegaste solo, para que la «Humildad, Mansedumbre, Ternura y Paciencia»  que irradias, no se confundiera con los artificios añadidos de metales relucientes, plumas vaporosas y ropajes vistosos. Y te esperaré en Juan Pasquau, para verte revirar por la esquina de mí día a día. 

                                                       Te busco, pero Tú me encuentras.
                                            Te encuentro y Tú me hablas, sin decirme nada.
                                                              Te hablo y Tú me calmas.
                                           Me calmo porque sé que siempre me acompañas.

Quisiste que fuéramos testigos de la soledad del sentenciado en su trance. Por eso, esta noche, te quise cerca. Y pedí que vinieras conmigo, para no sentirme solo, para mirarte de vez en cuando y decirte: ¡Señor, cuánto te necesito! ¡Ayúdame! ¡No me dejes solo! ¿Qué sería yo sin ti? Nada. Ni tan quisiera, estaría ahora aquí.

Foto: Alberton Román Vílches (@tiopetos)

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