Columna
Avanza la emoción de mis recuerdos. De nuevo, tras la marcialidad de tu banda, he vuelvo a subir el Rastro de mi memoria. La calle Gradas sigue estilizando la silueta del guión cardenal que va a tu encuentro. Te adivino tras la puerta, el incienso te delata. Ese incienso, que se condesa en la cancela de la emoción de aquel niño que a su madre le decía que quería ser de la cofradía de la capita. Aquellas capas y túnicas a las que las hacendosas manos de la tía Gine sacaban año tras año, los bajos de la niñez y de la adolescencia. Salí a tu encuentro, primero desde la Casa de las Torres con mi hachón y luego desde la calle San Cristóbal con mi gallardete. Pero no te vi y a la vez te encontré en el rostro de quienes han de doblar la espalda por el dolor físico o por el dolor más agudo e insoportable, el del alma. Señor, creí que debía buscarte en tu magnifico trono, por Obispo Cobos, y no me di cuenta que te hacías presente en las crudas noches del invierno de tantos inmigrantes, que se arrastran por las esquinas de las entrañas, en busca de lo que nos sobra a los demás. Consuelo para el Desconsuelo de miradas perdidas en tu espalda entregada por nuestros crueles azotes del egoísmo.
Por vuestros crueles azotes.
Misericordia, Señor, misericordia.
Por vuestro divino silencio.
Misericordia, Señor, misericordia.
Por vuestro doloroso escarnio.
Misericordia, Señor, misericordia.
Misericordia, Señor, misericordia.
Por vuestro divino silencio.
Misericordia, Señor, misericordia.
Por vuestro doloroso escarnio.
Misericordia, Señor, misericordia.
Fotos: Alberto Román Vílches (@tiopetos)
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